El dinamismo de los mercados, así como la revolución tecnológica y digital, está haciendo que el modelo de las organizaciones esté migrando rápidamente a un entorno mucho más líquido donde los procesos son más ágiles, las estructuras son más planas y la organización más proyectizada. Además de todo esto, la crisis del COVID-19 ha promovido un significativo incremento del teletrabajo que, hasta ahora, tenía un bajo impacto en muchos países y que, posteriormente cuando la alerta por esta pandemia finalice, se arraigará mucho más en las organizaciones.
Todo esto ha provocado que muchos directivos hayan tenido que enfrentarse por primera vez y de forma abrupta a un nuevo ecosistema y dinámica de trabajo y con una intensa presión para que el negocio resulte lo menos impactado posible. Esto ha implicado operar con agilidad y eficacia sin dejar de recordar a los colaboradores en el proceso el hecho de que la organización se preocupa por ellos y empatiza con lo que están sintiendo y pasando, así como, lo que pueden aportar.
Ante un escenario como este, los modelos clásicos de liderazgo se han quedado obsoletos. Ahora, los directivos requieren una nueva forma de ver las cosas y de actuar con unos equipos que son cada vez más complejos. Este nuevo ecosistema laboral remoto supone para los directivos un cambio en los paradigmas de gestión de los equipos, requiriéndoles modificar su forma de pensar y de actuar. Y es precisamente en estos entornos virtuales y demandantes cuando los directivos han de saber desplegar unas habilidades especiales de liderazgo para asegurar la obtención de resultados con eficiencia operativa con unos equipos alienados, coordinados y comprometidos.
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